Vía ferrata | Cágate Lorito

Comentario escrito por   Jorge » hace 8 años

Estamos en realidad ante dos vías ferratas bien diferenciadas: la de subida y la de bajada. Como primero se construyó la de subida, no hay que tener un doctorado en Psicología para intuir que los instaladores intentarían superarse a sí mismos en la vía de bajada. No quiero crear más suspense: lo consiguieron.
Comienzo resbalando en el primer paso, buen augurio (estoy siendo irónico). La cadena de entrada, con los bíceps fríos, no me deja buen sabor de boca, pero aquí la clave es seguir hacia arriba. Me voy creciendo con cada metro ganado hasta que una grapa situada después de un desplome está tan alejada y me pilla tan de sorpresa que me despierto de golpe de mi sueño dogmático, como diría Kant. Esto no es ninguna broma (eso lo digo yo). Me lo tomo con calma usando la baga de descanso de vez en cuando en aras del ahorro de energía, uno de los secretos mejor guardados para culminar con éxito una K6 (y pagar menos en la factura de la luz). Me hallo debajo del techo cuando compruebo con genuina consternación que la cadena de la campana de la base de la escalera ha desparecido. ¿Y ahora qué? Espoleado por la rabia supero el techo con el abismo que se abre a mis espaldas (Marcel, este techo no es tan duro como el del Resistent, pero mira qué altura...), y cuando quiero darme cuenta ya estoy cruzando el puente tibetano (¿o es nepalí?). Una vez cruzado ya solo queda el péndulo y el selfie de rigor con el loro de peluche.Por cierto, el bolígrafo BIC cristal para firmar en el libro de piadas está muerto.
Bien, ahora la bajada. Mientras subía pensaba "Me hago la foto con el loro y me largo por el escape, esto es una locura", pero una vez arriba estoy tan eufórico con todas esas endorfinas haciendo rafting en mi torrente sanguíneo que me creo todo un Reinhold Messner. Vale, unas presas artificiales de escalada para comenzar. Las cuatro primeras están chupadas, pero a partir de ahí empiezo a sudar tinta y me agarro a la línea de vida (por fortuna no hay testigos). El flanqueo hasta la barra de bomberos me deja con los brazos muertos y cuando llego hasta ella estoy tan mal colocado que me dejo caer de cualquier manera y me doy un buen susto cuando mis pies tocan suelo firme con un patio más allá de la breve cornisa bastante acojonante (no es lo mismo hacerlo con mi sobrino en el parque infantil que hay al lado de casa). Ya estoy en la tirolina. Miro hacia abajo y la idea de lanzarme desde allí agarrado a un manillar y unas cadenas con mosquetones no termina de hacerme gracia, pero mi reputación de tipo duro está en juego y, después de traer hacia mí la polea merced a un ingenioso sistema de contrapeso, me lanzo al vacío creo que aullando algún grito de guerra sioux, aunque no podría jurarlo. Alcanzo la velocidad de la luz casi tan deprisa como el Halcón Milenario y cuando quiero darme cuenta ya estoy al otro lado. El tirón es considerable: aconsejo respetar las dos horas de digestión tras el desayuno. Quedan las barras suspendidas de cadenas, que resultan más fáciles de lo que creía, y el gran péndulo que, para compensar lo de las barras, termina siendo una pesadilla. Aquí hay que hacer justo lo que yo NO hice: no darse impulso. No, no me di impulso y aún no sé muy bien por qué, de modo que no llegué al agarre del otro lado y me quedé en mitad de la pared. ¿Cómo lo diría? No es un sitio confortable para esperar a una primera cita. Así que caminé de nuevo hacia la derecha para tomar impulso y me volví a lanzar, pero lo hice con timidez, para qué vamos a engañarnos, y volví a quedarme varado en el centro como una ballena desorientada en una playa poco profunda. Los brazos empezaban a dolerme de cansancio y sabía que si me soltaba me quedaría colgando de los elásticos del disipador. De nuevo, no es un buen sitio para quedarse colgando de esos aparentemente frágiles elásticos... Así que sacando fuerzas de flaqueza corro por la pared de nuevo y, como un bucanero saltando al abordaje, consigo esta vez llegar al otro lado, eso sí, respirando como si fuera una locomotora. El resto hasta abajo ya es puro trámite y cuando llego al suelo noto cómo me tiemblan las piernas mientras Monikay, que me espera a pie de ferrata, asegura que soy un valiente. No sé yo...

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